Doctor Mordrid  fue por muchos años lo más cercano a Doctor Strange que podíamos pedir. Con el sello de Full Moon, claro.

Las películas basadas en cómics recién se convirtieron en un género propio hace una década, pero no fue algo que surgiera de un día para otro. Además de los éxitos de las películas de Batman y Superman, otros personajes menos conocidos fueron preparando el terreno. Así tuvimos por ejemplo al Hulk de Lou Ferrigno, el Punisher de Dolph Lundgren o la infame Fantastic Four de mediados de los noventa, todas producciones oficialmente licenciadas aunque de limitada llegada al público masivo. Aunque el personaje ya había tenido su largometraje para TV oficial, fue en este contexto que alguien tuvo la idea de llevar a la pantalla grande al Doctor Strange, Hechicero Supremo del universo Marvel.

Full Moon Entertainment, gestora de algunos clásicos de culto clase B, comenzó a trabajar en el proyecto a principios de los 90s pero perdieron los derechos antes de poder realizar la película. Eso no detuvo a  Charles Band, quien le cambió el nombre al personaje y modificó el guión apenas lo suficiente como para evadir un juicio antes de asociarse a su padre Albert para dirigirla, dándole el protagónico a su amigo Jeffrey Combs, conocido ya por su trabajo en Re-Animator. El presupuesto de Doctor Mordrid fue mínimo, pero lo que siempre salva al cine clase B es el compromiso de toda la gente que trabaja en él y este caso no fue la excepción. Muy lejos del estreno mundial con toneladas de publicidad de la versión oficial de Marvel con Benedict Cumberbatch a la cabeza, la humilde Doctor Mordrid finalmente salió sólo en VHS y dura poco más de una hora, pero fue por más de dos décadas lo mejor que cualquier fan del personaje podía pedir. A fines de 2014 fue remasterizada en Blu-Ray y a pesar de tener un guión extremadamente simple que se resuelve demasiado rápido, sigue siendo lo suficientemente entretenida como para que cualquier fan de los cómics y especialmente del cine clase B de fin de siglo tenga motivos para verla.

Desde un departamento en NY, Doctor Mordrid salva la tierra

Las semejanzas entre Stephen Strange y Anton Mordrid saltan a la vista sin ser expertos en el personaje: ambos portan sobre su pecho un medallón que concentra gran parte de su poder, que incluye abrir portales, manipular el tiempo y hacer viajes astrales; también ambos viven recluidos en su Inner Sanctum rodeados de libros y artefactos mágicos preparándose para defender a la humanidad cuando un hechicero rebelde se presente para atacarla. A diferencia de Strange, Doctor Mordrid no es humano sino que fue enviado desde su mundo mágico para preparase contra el profetizado regreso de Kabal, un poderoso hechicero como él que pretende esclavizar a la humanidad. Cien años después de su llegada, Doctor Mordrid interpreta los signos que le confirman sus temores y se dispone a evitar que que Kabal tenga éxito preparando el hechizo que le permita traer su ejército a la tierra.

Aunque las actuaciones y los efectos visuales son lo suficientemente decentes como para lograr que sea muy interesante ver la película, al guión de Doctor Mordrid le falta un poco de desarrollo y la historia es tan simple como en la mayoría de las películas de acción o aventura de esta escala. Los primeros actos funcionan bien durante la presentación de los personajes y el conflicto, pero seguramente el escaso presupuesto con el que contó este clásico del catálogo de Full Moon recortó mucho la duración del largometraje, porque el anticipado combate final donde el Doctor Mordrid se enfrenta a dos esqueletos gigantes que cobran vida en un museo se resuelve tan rápido como llega. El apesurado final nos deja esperando que suceda algo más cuando ya están corriendo los créditos y sospechando que con una producción más acomodada esta película podría haber quedado en la memoria de la década como algo importante.