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Las películas de Lucrecia Martel: Intimidad y surrealismo

Las películas de Lucrecia Martel: Intimidad y surrealismo

Con el exitoso estreno mundial de Zama, la realizadora salteña terminó de consolidarse como una de las más importantes de nuestro país. Las películas de Lucrecia Martel conforman un cine bastante particular, surrealista, hipnótico, reservado. Aprovechamos esta nota para hacer un recorrido por todas ellas.

 las películas de Lucrecia Martel


Las películas de Lucrecia Martel

La filmografía de Martel está formada por una serie de cortos y cuatro largometrajes, un número curiosamente chico considerando que la directora tiene más de tres décadas dentro la industria.

Sus historias se caracterizan por tener una narrativa especialmente minúscula, íntima tanto en escala como en espacio. Usualmente ocurren en espacios semi-cerrados, imprecisos y complejos, donde se desenvuelven sus personajes sin un conflicto determinado.

Para el espectador que busca argumentos más tradicionales (estructuras de tres actos, premisas concisas y específicas, resoluciones claras), probablemente el cine de esta directora le resulte confuso, extremadamente ambiguo y hasta aburrido. Es cine donde parece no pasar nada. Y es que ella (que también escribe sus propios proyectos) se preocupa más por sus personajes que por la trama.

 las películas de Lucrecia Martel

Rey muerto (1995)

Entre todos sus cortometrajes, fue Rey Muerto el que puso a Martel en relevancia. Su guión ganó el concurso de “Historias Breves” del Instituto Nacional de Cine de Argentina (INCAA).

En un olvidado pueblo del norte, una mujer escapa de su marido llevándose a sus hijos. A más de veinte años desde su estreno, este corto de temática feminista se siente más actual que nunca. Está disponible en YouTube.

La ciénaga (2001)

Martel tomó al mundo entero por sorpresa presentando un enlatado de la sociedad argentina y, particularmente, del tedio existencial. La película se volvió una de las definitivas del bautizado “Nuevo Cine Argentino”.

La directora admitió basar La ciénaga, su primer (y alabado) largometraje, en experiencias de su propia familia. Dos familias matriarcales (encabezadas por unas incomparables Mercedes Morán y Graciela Borges) se entrecruzan durante una temporada de calor en La Ciénaga, Salta.

En mi opinión, la manera de ver las películas de Lucrecia Martel es en forma cronológica (no fue mi caso), por lo que esta historia sería la primera parada. Se trata de una producción rica en simbolismos, pero que están lo suficientemente ocultos (léase: sutilmente colocados) para que no los captemos desde un primer vistazo.

Se inicia con una vaca sumergida hasta la cabeza en el lodo que ha provocado la lluvia. Intenta salir a tierra firme, aunque su muerte es inminente. La escena siguiente muestra a varios adultos estirados al sol, ebrios, inertes, abandonados. A diferencia de la vaca, ellos ya ni siquiera luchan por sobrevivir, pero su situación es la misma.

Si hay otro elemento típico en el cine de Martel, es que sus películas son fragmentos de vida (slice of life) antes que un argumento que va de A a B. Son momentos de la vida cotidiana encadenados, como una serie de fotografías descuidadas, sin contexto de un tiempo y lugar.

La niña santa (2004)

En la llamada “Trilogía de Salta de Lucrecia Martel” le sigue La niña santa, otra película coral (también con Mercedes Morán a la cabeza) de trama confusa e inconclusa que, sin embargo, no deja de ser envolvente.

Creo que no está de más expresar que Lucrecia Martel coquetea siempre con el género surrealista, uno que siempre estuvo muy asociado al terror.

En La ciénaga, por ejemplo, aparecen una anécdota fantasmal sobre un perro rata, una pileta llena de cuerpos cansados (zombificados, quizás) y un niño que mantiene una inquietante relación con la muerte. Nada ocurre con demasiado sentido lógico, ninguna explicación real se da sobre lo que estamos viendo.

En La niña santa ocurre algo similar. Por los pasillos del hotel Termas circulan (y se cruzan) personajes de distintas clases y profesiones. No sabemos claramente la posición social de cada uno o las relaciones entre ellos. Por ejemplo, ¿quién es Mirta (el personaje de Marta Lubos)? ¿Encargada del hotel, empleada, amiga o pariente de Helena (Mercedes Morán)? Todas las relaciones son difíciles de determinar, están opacas, apenas esbozadas.

Hay mucho para desentramar en esta historia. Uno de sus argumentos (a lo mejor, el principal) involucra al Dr. Jano (Carlos Belloso) entablando una indiscreta relación con la hija del hotel en que se aloja. Jano es el dios de las dos caras en la mitología romana. También es el dios de las puertas y las transiciones (la niña experimenta varios cambios debido a su interacción con él). El médico es un personaje dual, preso de un doble impulso hacia la madre y la hija.

Tanto en La Ciénaga como en La niña santa aparece un espacio muy íntimo que favorece a la fantasía erótica, a personajes atraídos por el deseo. En la primera es el matiz incestuoso entre hermanos. En la segunda es el juego perverso entre un adulto y una niña.

Es cierto que en La niña santa la estructura dramática se pone un poco más en evidencia. Sin embargo, fiel a su naturaleza críptica, Martel pone el fundido en negro antes del desenlace esperado. En ambas producciones, es tarea del espectador participar activamente en el encuentro de un sentido.

La mujer sin cabeza (2008)

Este fue mi primer acercamiento a las películas de Lucrecia Martel y la que considero más perfecta. Luego de golpear algo con el auto, una dentista de alta alcurnia viviendo en Salta (María Onneto) comienza a experimentar un quiebre mental que involucra un distanciamiento emocional y pérdida de la memoria.

Escuché nombrar a La mujer sin cabeza por primera vez en el maravilloso documental de Mark Cousins:  The Story of Film: An Odyssey (que reseñé en mi blog). Después vi que apareció en el puesto #88 de las “100 mejores películas del siglo XXI”, una encuesta a 177 críticos alrededor del mundo que recopiló la BBC Culture.

Acá llama la atención una cinematografía especialmente creativa. La escena del accidente es sublime y también lo son las múltiples tomas que existen a lo largo de la historia donde los personajes parecen estar “descentrados” de la cámara. Es una forma astuta de hablar del contenido de la historia.

No es casual la elección de planos cortos, donde no se ve casi nada importante, donde la acción está ocurriendo en otro lado. Tampoco es casual que los personajes aparezcan como cortados (sin cabeza) en muchísimas tomas.

Lo interesante es cómo se va desarrollando un argumento intrincado que involucra varios secretos de la protagonista. No quiero decir mucho para no arruinar la trama, pero ella tiene varios esqueletos en el ropero.

También hay una crítica social, más bien sutil, respecto a la diferencia de clases en el norte argentino. Si uno presta atención, los empleados y trabajadores están siempre en segundo plano (literalmente) y no se les da un nombre, mientras que los de la alta sociedad aparecen de frente y son los que manejan la ciudad.

En mi opinión, este es el plato fuerte de Martel.

Zama (2017)

Finalizamos el recorrido con Zama, una película complicada y muy diferente a su trilogía inicial. Basada en la novela homónima escrita por Antonio Di Benedetto de 1956, sigue la historia de un oficial español en los territorios americanos del siglo XVII.

Se trata de una superproducción argentina con colaboración de, por lo menos, ocho países incluyendo a Holanda, Portugal, Francia, España y Estados Unidos. Iba a estrenarse en 2016, pero se demoró por motivos personales de la directora. Mientras tanto, fue generando ansiedad entre sus seguidores que querían saber con qué saldría ahora la realizadora.​

Don Diego de Zama lucha por ser reconocido y transferido a Buenos Aires. Espera una carta del Rey que lo aleje del puesto de frontera, pero esta parece no llegar nunca. Sin demasiadas opciones, termina aceptando cada tarea ordenada por los Gobernadores. Finalmente, decide partir a tierras lejanas en busca de un bandido peligroso.

La crítica ya la considera, casi universalmente, una obra maestra. El espectador casual tiene que armarse de paciencia porque su ritmo es especialmente aletargado. Es, sin duda, la película más alejada del estilo propio de la directora, si bien no deja de tener elementos martelianos: no es ni lineal ni convencional, trabaja temáticas íntimas en espacios complejos, desconcierta por su estilo onírico y enigmático.

Las películas de Lucrecia Martel

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