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Críticas

REVIEW: La Memoria del Muerto

Javier Diment es el hombre orquesta de este siglo. Es director, productor, guionista, camarógrafo, editor y compositor. Trabaja hace más de veinte años en el mundo del cine, lo que lo convierte en un amante férreo del séptimo arte. A pesar de que hasta ahora su nombre y su imagen han permanecido en las sombras para la masividad, sus dos últimas películas lo han puesto en relieve, gracias al reconocimiento en festivales internacionales y locales. Me refiero a La memoria del muerto (2011) y al documental Parapolicial Negro, apuntes para una prehistoria de la AAA (2010). A pesar de que su género es el terror -con condimentos bizarros- Javier trabaja en distintos géneros, e incluso fue el guionista de Aballay, un hombre sin miedo, junto con Antonio Di Benedetto, Santiago Hadida y Fernando Spiner (también el director), una película épica gauchesca que -aunque tiene sangre- está lejos del terror. Hablando de Spiner, y para dar una nota de color, interpreta a uno de los zombies que rodean la casa de La memoria… y, aunque está irreconocible, los títulos lo delatan.

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La casa como centro

Cuando pienso en la estructura de la película, se me viene la imagen de un espiral. No lo digo en términos estrictos, pero la sensación es que la película parte de un punto –la muerte de Jorge, esposo de Alicia- que desencadena una encadenación de hechos que se suceden todos en un mismo sitio: la casa en donde se junta Alicia con un grupo de amigos muy cercanos a Jorge para despedirlo. Todo lo que sucede en la casa como centro de la acción va tocando y volteando a los distintos personajes como si fuera un hermoso espiral de piezas de dominó que, apenas una de ellas cae, el resto entra en una tormenta imparable, en un remolino en el que nadie puede salvarse. Lo interesante es que el género terror-bizarro que empapa todo el film da lugar a que en el episodio de cada personaje aparezcan sus dramas personales, sus traumas de la infancia y sus miedos. Esta pequeña abertura hacia otros espacios de la psicología del personaje enriquece la película en dos aspectos: por un lado, le da profundidad al guión, y por el otro, amplía la recepción espectatorial, que suele ser escueta en lo que a cine de terror argentino respecta.

Puesta en escena teatral

Muchos films clásicos que trabajan sobre un espacio casi único -como  la casa en esta oportunidad- retoman elementos teatrales para la puesta de cámara y la puesta en escena. La memoria del muerto conjuga el lenguaje cinematográfico con elementos teatrales de manera coherente y funcional. Lo teatral aparece en la capacidad de armar en un mismo cuadro varias situaciones. Se trabaja con el montaje interno -propio del teatro- y se manejan varios personajes que se acercan y alejan, lo cual genera una pintura en movimiento y un transitar de los distintos planos visuales. Este recurso -que tensa dos polos de acción que dialogan y se disputan el protagonismo- es clave para no perder la atención del espectador: si algo te aburre, tenés otra cosa que mirar para no perder el interés. Está claro que la puesta va de la mano de un trabajo en profundidad de campo que, por qué no, aporta también más verdad y, por lo tanto, hace bullir el miedo.

El trabajo desde lo cinematográfico -que también impregna la cinta- se destaca especialmente en el montaje que estuvo a cargo de tres pares de manos: la de Martín Blousson (además guionista), Gustavo Gorzalczany (montajista y coordinador de postproducción) y el propio Diment. El montaje maneja el efecto del susto con fuerte impacto y transita ritmos más pausados, en donde la tensión se dilata para prepararse nuevamente a acelerar el motor cuando le toca el turno a las escenas de miedo.

Lo bizarro en lo argentino

El porteño es el idioma del cine para esta película. Por falta de costumbre o necesidad de imitar la cadencia de otras lenguas más populares en el cine (la yankee), muchas películas argentinas “hablan” en un español distanciado que abandona los tintes locales, despersonalizando totalmente la comunicación. En La memoria del muerto, muchas de las risas de los espectadores surgían cuando los personajes hablaban “en porteño” y se rompía totalmente el código del terror en un momento de tensión dramática. Esta ruptura isotópica produce inevitablemente la risa y, en este caso, una risa bizarra.

Conclusión

El cine argentino de género tiene cada vez mejores exponentes que ofrecen films con impronta nacional. La construcción de un ser nacional y la apuesta por revalorizar y dar a conocer nuestra visión del mundo crece con la llegada de  filmografía propia a festivales internacionales. Afianza así nuestra capacidad de crear, sin que los estímulos externos de otros discursos cinematográficos sean rechazados, pero sí complementándolos o adaptándolos a la cultura nacional.

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