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REVIEW: Loving Vincent

Mucho más que una típica biopic, Loving Vincent (en Netflix Cartas de Van Gogh) de Dorota Kobiela y Hugh Welchman, resulta una obra de arte en sí misma, ubicando al pintor en el centro para comprenderlo más que para observarlo.

Sentimientos animados

Si las biopics son un género en sí mismo, muchas veces sirven para retratar vidas que -según los realizadores- fueron excepcionales. Descubrir a la persona detrás del accionar o arte que lo hizo conocido, descubriendo que es una vida propia de alguien destacado.

Dorota Kobiela y Hugh Welchman en su ópera prima Loving Vincent deciden ir por una suerte de camino contrario. Poner al artista en el foco, y a través de su arte dibujar a la persona.

Dibujar. Precisamente Loving Vincent se trata de un film animado, no un documental sobre el pintor: una obra pictórica basada en las obras del homenajeado.

Al cine de animación históricamente se lo asoció a los mal llamados “dibujitos”, al cine infantil más comercial. Lateralmente, existen producciones como Loving Vincent que demuestran que el cine de animación es eso pero también muchas otras cosas, inscribiéndose en una elite de obras para adultos con una técnica exquisita.

Utilizando una técnica similar a la rotoscopía, los directores convocaron a más de una centena de artistas que se ocuparon de pintar al óleo cada uno de los fotogramas de la película, realizada con actores como modelos vivos. Por supuesto, estos artistas imitan las técnicas que hicieron famoso al homenajeado, el postimpresionismo.

Una carta y un personaje

Más allá de esa técnica, que si bien no es la primera vez que se utiliza, sí es novedoso que se lo haga de este modo. Hay una historia detrás, y tampoco opta por el camino tradicional del biopic.

Loving Vincent revisa los últimos días de vida de Van Gogh, ubicando la acción principal luego de su muerte.

Un año después de fallecer el pintor holandés, en 1891, Joseph Roulin, cartero habitual de él, recibe una carta que Vincent le escribió a su hermano Theo poco tiempo antes de morir. Joseph le encarga a su hijo Armand que localice a Theo y le entregue la misiva, pero Theo falleció.

Armand inicia un viaje en el que intentará dar con la viuda de Theo, y en el trayecto irá descubriendo distintas personas que de un modo u otro influyeron en la vida de Vincent Van Gogh, replanteándose quién sería el más adecuado que posea la carta.

Kobiela y Welchman, como se suele hacer tradicionalmente, utilizarán los colores para los hechos “actuales”, y el blanco y negro para los flashback de la vida de Van Gogh vistos a través de las experiencias de los entrevistados por Armand.

Este recurso, que en cualquier film se ve modo regular, con la técnica de animación de Loving Vincent pasa a ser un recurso técnico bellísimo. Los diferentes tonos, el fluir de la imagen, y el paso de los trazos coloridos a los grises llenan la pantalla de sensaciones vivas.

La forma por sobre el contenido

Si bien, como aclaramos, hay un hilo narrativo detrás de Loving Vincent, sus directores se inclinaron claramente por prevalecer las formas de su película, esa maravillosa técnica que entra por los ojos y transmite todo tipo de sentimientos.

Lo que cuente sobre Van Gogh no será ningún descubrimiento para quienes conozcan algo de su persona. Se presenta como un homenaje al artista e intenta demostrar algo que ya es bastante conocido: que poseía una personalidad y una historia de vida bastante tortuosa.

Signado por los abandonos y los fracasos del reconocimiento artístico (fue apreciado luego de su muerte), lo que Arnold descubra a través de los diálogos será precisamente eso, que Van Gogh canalizó su dolor a través de su arte.

Esta sencillez para presentar la acción en parte también juega a favor de Loving Vincent al humanizar al homenajeado, no intentar el rebusque de que sea alguien excepcional con características formidables.

Conclusión

Dorota Kobiela y Hugh Welchman debutan en el cine con Loving Vincent, un homenaje al gran artista que fue Vincent Van Gogh, desde su arte y construyendo otra obra de arte impresionista. Si bien el equilibrio entre historia y fotografía no es del todo balanceado, consigue atrapar por la sinceridad de su relato y por lo subyugante de sus imágenes. Una experiencia como pocas en una sala de cine.

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