Mandy: una inmersiva y visualmente original venganza

Crítica realizada durante el 33º Festival Internacional de Cine de Mar del Plata

Hay quienes dicen que ya no hay historias, que las contaron todas. Panos Cosmatos viene a demostrarnos con Mandy que si bien el “Qué” está efectivamente agotado, al “Cómo” le quedan muchas cosas por decir. Sobre todo si contás con el histrionismo de Nicolas Cage.

Mandy: venganza Bicolor

Corre el año 1983 y Red Miller, un leñador, vive apacible con Mandy, la mujer que ama. Esta vida idílica se verá súbitamente interrumpida por la aparición de un culto religioso que secuestra a esta última y pretende torturar a Red hasta el límite de su sanidad. Pero no verán venir lo que les depara cuando Red consiga salir de su estado cautivo.

Mandy es una historia de venganza claramente estructurada, y sin embargo el camino recorrido es opuesto al que uno espera. Durante toda la primera mitad desarrolla su universo, personajes y la introducción de su conflicto. La tardanza con la que efectúa dichos procederes narrativos parecerá aburrida y hasta lisérgica para muchos espectadores. Es aconsejable ejercer la paciencia en esta mitad, ya que Cosmatos construye con mucho detalle un petardo que en su segunda mitad estallará de una forma memorable, garantizando una de las experiencias más bizarras e inmersivas jamas proyectadas en una sala de cine.

A pesar de que en algunos planos abuse demasiado de la oscuridad (al extremo de que no se vea nada) la paleta de colores oscila entre el más furioso de los rojos y el más saturado de los azules. Se le suman pictóricas composiciones de cuadro, con las que el director hábilmente crea climas tanto de turbiedad como de satisfacción.

En materia actoral, estamos ante una interpretación de Nicolas Cage que hará las delicias tanto de los espectadores que pretenden algo serio, como de aquellos que están acostumbrados al histrionismo exagerado que siempre formó parte de su carrera, pero resultó más pronunciado durante los últimos años. La tortura que padece durante toda la primera parte de Mandy, en la que casi no emite sonido, es una labor interpretativa digna de destacar y con la que el espectador no podrá no comulgar.

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