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Críticas

REVIEW: Maracaibo

Más conocido por su extensa labor como uno de los mayores productores del cine argentino reciente, Miguel Ángel Roca posee una sensible filmografía a destacar también como director; a la que ahora suma Maracaibo, con la cual vuelve a adentrarse en las emociones fuertes.

Ojos bien cerrados

A diez años de su debut con Arizona Sur y seis de La Mala Verdad pareciera que se perfila una constante en el cine de Roca, los lazos parentales. Ya sean más traumáticos o más amenos, padres e hijos siempre están en el centro de la escena; y en Maracaibo es donde esa vertiente se vuelve más explícita.

Si en La Mala Verdad afrontaba sin medias tintas el abuso infantil intra familiar; en Maracaibo tampoco le rehúye a las cuestiones ríspidas, debates candentes en la sociedad.

Vendida como una suerte de policial o thriller, en realidad Maracaibo se inclina desde sus inicios al drama íntimo; a la observación de un vínculo que quizás sea demasiado tarde para reparar.

Gustavo y Cristina (Jorge Marrale y Mercedes Morán) son un matrimonio de clase media cómoda, con un hijo que vive con ellos, Facundo (el ascendente Matías Mayer), saliendo de la adolescencia. Gustavo es cirujano, con algunos recientes problemas de memoria, y un apego por lo que él cree una familia idílica. Facundo estudia en una reconocida universidad privada ubicada sobre Calle Corrientes dedicada a materias artísticas, y se perfila como próspero animador. La vida pareciera ir por los cálidos caminos de la comodidad. Pero una serie de hechos sorprenderán con turbulencia la vida de Gustavo. Accidentalmente descubre que su hijo podría ser gay, y que su esposa ya lo sabía. A Gustavo le cuesta asimilar la idea (¿De que su hijo es gay, o de que las cosas no son como él creía?), y decide salir a caminar para despejarse. Pero al regresar al hogar, dos delincuentes ingresan con él, y en medio de la confusión y el nerviosismo del robo, el más joven de ellos (Nicolás Francella), dispara mortalmente a Facundo.

Al ver Maracaibo es imposible que no se nos venga a la menta aquella excelente, y menos recordada de lo que debiese, Vidas Cruzadas de Sean Penn, con Jack Nicholson como un padre que ve su vida paralizada esperando que el asesino de su hija salga en libertad para ajusticiarlo.

Gustavo transcurre un espiral que tendrá que ver menos con la venganza que con la culpa por no permitirse conocer mejor a su hijo. Por mantener las apariencias de un vínculo falso. El guion, co-escrito con Maximiliano Gonzales (La Soledad, La Mala Verdad) adopta un ritmo lento y permite una honda descripción de su protagonista; quizás en desmedro del resto de los personajes, como Cristina o el padre de Ricky y segundo ladrón interpretado por Luis Machín, que quedan en un plano secundario.

La fotografía de tonos blancos y azulados, y la composición musical acompañan el pretendido tono ascético y triste; con rubros técnicos correctos que acompañan en un nivel de producción alto.

Otra sería la película sin Marrale en la piel de Gustavo. El actor de Bomba logra transmitirnos todas sus emociones, nos compra con gestos mínimos, y logra buena química tanto con Morán, Mayer y Francella. El resto de las interpretaciones no desentonan, aunque repetimos, quizás necesitaron de mayor tiempo en pantalla.

Conclusión

Maracaibo se presenta como un thriller para mostrarnos un dramático e interesante ensayo sobre la culpa y las apariencias en los vínculos filiales. Con varios aciertos, y algunos asuntos en el debe (como el título, que puede ser algo desacertado), Miguel Ángel Roca logra una propuesta correcta con un elevado nivel técnico, pero sobre todo con una actuación protagónica hipnótica.

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