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Críticas

REVIEW: Nebraska

Alexander Payne nos entrega una pequeña gran odisea en la que un padre y un hijo se redescubren como individuos.

 ¿Qué tan bien conocemos a nuestros padres? Esa es la pregunta que nos plantea Nebraska. Una pregunta que no muy a menudo hacemos, y que no siempre la hacemos dos veces desde el mismo prisma. Por un lado, el prospecto de que esa figura que nos cría haya sido también un joven despreocupado es algo que lógicamente creemos pero nos cuesta imaginar y por el otro, algo que si podemos creer e imaginar por igual, son los deseos y ambiciones individuales que quedan arraigados en ellos y no llegan a realizarse. Este título, aunque en apariencia la historia de un padre y su hijo, es la de un hijo que poco a poco empieza a verse a sí mismo en su padre.

¿Cómo está en el papel?

Woody Grant, un jubilado que vive en Montana, recibe una carta de una revista en la que es proclamado ganador de un millón de dólares, y para reclamar ese premio deberá ir a las oficinas de la revista en Nebraska. Todo el mundo puede ver que se trata de una estratagema para vender más revistas, salvo Woody, por lo que su mujer y su hijo mayor creen que ya es hora de meterlo en un geriátrico.

No obstante, su hijo menor, David, que si bien al igual que todos puede ver claramente que el hombre está para atrás, es también por otro lado el único que más o menos simpatiza con su fantasía; principalmente porque percibe que su viejo está más cerca del arpa que de la guitarra, y no le quedan muchas alegrías, no le quedan muchos objetivos. Por esto, se decide a llevar a su padre en auto hasta Nebraska, pero una parada inesperada en el pueblo natal de Woody los confronta no tanto con el pasado, sino con toda la historia de su padre. Amén de trabar pinzas con mucha gente que quiere sacarle algo de “dinero” a Woody.

Son varios los temas que se despliegan en Nebraska, tanto en su superficie como en el subtexto. Uno de los muchos temas, a nivel superficial por supuesto, es como el interés nos rodea de amigos. Woody llega a su pueblo, donde la mayoría lo descarta como un pobre borracho, y que por el “premio” que ganó se convierte de la noche a la mañana en el blanco de un afecto exagerado por parte de un grupo de personas de las cuales, en la mayoría de los ocasiones, no hay que ser psicólogo para darse cuenta que tienen intereses ulteriores. Otro tema sería el de un hijo que trata de cumplirle uno de sus últimos deseos a su padre. Si nos quedáramos con estas definiciones, acertaríamos en sobre que trata la película, pero sería un acierto incompleto. Como todas las buenas películas, Nebraska consigue ser una película excelente por como utiliza estas cuestiones superficiales como puerta de entrada para tratar temas más profundos.

Con esto último me refiero a que habla sobre la espina que mueve a cada ser humano, que es lo que lo motiva a hacer las cosas que hace. Es sobre aquellos rasgos que vemos en nuestros padres, los que poseemos por herencia, y la asimilación que hacemos de ellos casi imperceptiblemente. Es sobre como el pasar de los años puede llegar a pesar por la concientización de que no hemos hecho lo suficiente de nuestra vida. Pero más que nada es sobre como esa jerarquía, esa cadena de mando, se vuelve difusa; no tanto con la diferencia de edad y la sanidad mental, sino que empieza en el reconocimiento del otro como individuo, quien como todos, tuvo una juventud despreocupada, al igual que sueños y deseos que se llegan a frustrar.

¿Cómo está en la pantalla?

Nebraska es la primera película de Alexander Payne que es un guion original (la última fue su debut en la dirección, Citizen Ruth, en 1996) y la primera cuyo guion no escribió, y sin embargo es una película que lo confirma, al menos desde mi perspectiva, como uno de los pocos autores de este nuevo siglo. La historia apela, como en el resto de sus películas, a las pequeñas ambiciones y deseos de los seres humanos, y como la melancolía generada por una frustración, posible o concreta, de esas ambiciones o deseos cala hondo en nosotros. También hay un uso constante de trompetas y trombones en la banda sonora, como apelando a una suerte de patetismo del payaso triste de un numero circense; una característica que acompaña a gran parte de los personajes de Payne.

Pero, y del mismo modo cuando hablé del guion de esta película, decir que estas son marcas autorales seria una definición acertada pero incompleta. Lo autoral, al menos en esta película, está en cómo Payne hace suya la historia a nivel visual. Filmar esta historia en Blanco y Negro no es un capricho estético, como suelen ser la mayoría de las películas filmadas de esta manera, sino que tiene un por qué. Ese por qué es, al menos para mí, es el blanco y negro como la noción de recuerdo. Como una historia que David, teniendo la edad de Woody, le cuenta en el futuro a sus hijos sobre ese último viaje que hizo con el abuelo.

Esta noción aumenta su riqueza por unas hermosas composiciones en Cinemascope y que opta por una nitidez en su tratamiento del Blanco y Negro, que casi la acerca al color. Esto solidifica su condición de recuerdo pero la hace accesible como una historia del aquí y ahora; a contrapelo de la mayoría que filma en Blanco y Negro que pone los contrastes al mango.

La película, en muchas ocasiones, tiene tiempos muertos, planos sostenidos y alguna que otra repetición que en apariencia pueden llegar a aburrir. Pero no obstante, esto tiene un por qué, y va de la mano con la intención de la película que bien podría ser la memoria de David al relatar esta historia tratando de recordar cada detalle y cada personaje de esa historia que tiene en su cabeza.

Por el costado actoral, Bruce Dern (quien ganó en el Festival de Cannes el premio al Mejor Actor por este papel) esta, como se podía esperar, formidable en su composición de Woody. Gracioso en sus desvaríos y conmovedor en su lucidez. Lo brillante de la labor de Dern es como se las ingenia para hacer convivir estas dos caras al mismo tiempo. No solo sabe con qué expresión debe predominar en cada escena, sino que se las ingenia para muy sutilmente se vean atisbos de la otra expresión. Will Forte (a quien tendrán fresco por Saturday Night Live), quien da vida a su hijo David, entrega una interpretación contenida e identificable. Un ejemplo más que agregar a lista de aquellos cómicos que llegan a sorprender por sus incursiones dramáticas. Pero la que se lleva las palmas es definitivamente June Squibb, como la mujer de Woody; muchas de las grandes carcajadas de la película vienen de su impecable interpretación.

Conclusión

A base de un guion solido, una propuesta estética impecable y unas interpretaciones totalmente identificables, Nebraska es una de las grandes películas de lo que va de este año. Cabe destacar que no es apta para impacientes; Payne se toma su tiempo, pero si usted lector lo deja hacer se verá enormemente recompensado. La lentitud y el detenimiento que a muchas películas les sobra –más seguido que no, por capricho–, acá está completamente justificado, y eso es algo que solo los buenos directores pueden hacer. Pero el gran acierto de Payne, y del guionista Bob Nelson, fue el tomar una historia común y corriente de padres e hijos, y calar mas hondo de lo que haría la mayoría. Porque lo que hace verdaderamente extraordinaria a Nebraska no es el redescubrimiento de Woody y David tanto como familia, sino como individuos.

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