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Alta Peli

Críticas

REVIEW: Orange is the New Black Temporada 4

La serie carcelaria de Netflix se aleja cada vez más del humor y gana convirtiéndose en un dramón que equilibra a la perfección las tramas más variadas.

https://www.youtube.com/watch?v=QSiCt6SnCBs

Orange is the New Black Temporada 4: crecimiento constante

Es raro lo que sucede con esta serie:

1 – Apartó olímpicamente a su protagonista del puesto central que le pertenecía y convirtió a una cantidad enorme de roles secundarios en la base del show.

2 – Lo que era abiertamente una comedia fue virando (sin perder el cinismo que te roba risas incómodas) hasta convertirse en una de esas series que te mata un poco con cada dramática decisión.

3 – Lo más extraño de todo: hace todo eso y le funciona.

Tal vez los motivos para que ocurra están vinculados: Piper (Taylor Schilling), la estrella de la serie, no podía seguir siendo el eje. Elemental durante la primera temporada, agotó allí la fuerza que un personaje debe tener para ponerse la serie al hombro. Jenji Kohan supo aprovechar entonces lo mejor que le quedaba: un elenco amplísimo de mujeres y (algunos) hombres con mucho drama a cuestas, capaces de bancarse lo que venga.

Lo que en la temporada 2 ya se vislumbraba llevó a una 3º entrega que muchos no vieron con buenos ojos (no soy de ellos) pero ahora -en su cuarto año- alcanzó un grado de madurez tanto narrativa como emocional con el que a Orange is the New Black se la siente realmente cómoda.

El cambio de registro (que la entrega de los premios Emmy celebra) se nota desde el primer episodio: no salta a la vista un conflicto fuerte al que veamos capaz de ser centro de los 13 episodios. Pero muy por debajo de esa falta que, sí, reconozco se nota en el tramo inicial (por lo que muchos espectadores la condenaron de entrada) subyace un trabajo de guión tan invisible como asombroso. Todo lo que vemos va a conducir a algo: la construcción se hace lentamente para que cuando todo estalle nos destroce.

Claro que algo así solo puede funcionar en un sistema como Netflix y con el famoso binge-watching como principal aliado. Si Orange is the New Black se emitiese en televisión tradicional no estaría tan seguro de estar hoy alagándola: ¿se imaginan esperando de una semana a la otra por episodios donde no existe un conflicto de esos a los que estamos acostumbrados? Personalmente creo que me sumaría al “acá no pasa nada”. Pero el maratonear aunque más no sea dos episodios seguidos, ayuda a desarrollar este fenómeno televisivo en tiempos de inmediatez y espectadores cada vez más ansiosos. Sabíamos que Netflix llegó para cambiar las reglas del negocio, ahora vemos que también llegó para instalar otra manera de narrar: este año del drama -que alguna vez nos quisieron hacer creer era una comedia- es prueba de que el experimento funciona.

Atrapadas sin salida

Con el encierro, la amistad y el sistema opresivo como factor común, la decena de líneas argumentales del show pasan de unas a otras tan suavemente que ni lo notamos. Si a Game of Thrones se le ha criticado que sus capítulos corales (donde trata de incluir todo el abanico de personajes) no gozan de la elegancia o la profundidad que debería, Orange is the New Black aprendió a hacerlo y repartió como nadie sus cartas.

Morello condenada a repetirse el mismo ciclo una y otra vez; el cadáver desmembrado y enterrado por Alex (Laura Prepon) y Lolly (sin dudas el gran personaje de esta temporada en piel de Lori Petty); la adicción de Nicky; el aslamiento de Burset; la cercanía de la liberación de Aleida; Piper convertida en una Walter White con pocas luces; Penssatucky y la difícil relación con el guardia que la violó; Crazy Eyes viéndose conducida a destrozar el rostro de su interés romántico: el drama se apoderó de cada una de esas mujeres que -no olvidemos- están allí porque hicieron algo malo por más pequeño que sea. Están pagando sus culpas y seremos testigos de cómo lidian con ello, mientras a la vez se hace una crítica feroz al sistema carcelario que pocas oportunidades da a las reclusas para poder reinsertarse en la sociedad.

Convertir Litchfield en una gran corporación no es una idea inocente. Hasta podríamos decir que la llegada de Piscatella (Brad William Henke), el villano de la temporada, más los intentos frustrados de Caputo por lograr mejorar la prisión y la vida de sus reclusas, engloban la unidad temática o -si se quiere- lo que Kohan está verdaderamente intentando contarnos: el capitalismo, el hacinar a las miembros de la prisión, el convertir presos en un mero número y no darles la posibilidad de rehabilitarse, conduce indefectiblemente a la deshumanización. La crítica al sistema judicial convertido en una más de las tantas empresas del “mejor país del mundo” lleva a un círculo vicioso que solo, quizás, pueda ser frenado por la violencia.

Si nos fijamos bien, cada una de las líneas o pequeños plots colocados desde el 1º capítulo tienen una función en elaborar la gran tragedia que azotará: Taystee en su nuevo puesto de trabajo, algo que puede resultar sin importancia, llevará a que estando en ese lugar pueda dar el grito de alarma que hace detonar la revolución; el crecimiento toda la temporada del romance de Poussey con Soso moldea el desgarrador efecto final; la salida de Aleida colabora a que sea Dayanara quien tome el arma con que nos dejarán expectantes todo un año.

Las piezas van encajando como en un juego de tetris donde la acumulación de errores lleva al colapso. Esas piezas son conflictos pequeños que sumados se van convirtiendo en una olla a presión a punto de estallar (y que estalla en un episodio, el 12, dirigido nada menos que por Matthew Weiner, creador de Mad Men).

El conflicto racial es el otro discurso que aúna las tramas: hasta la línea de Judy King, que actúa como descanso cómico, termina siendo parte de ello con ese video racista y el falso noviazgo para resarcirse. Tener todos los bandos o comunidades más separados que nunca es la gran alegoría que esta temporada pretende mostrar: si cada grupo que se odia se uniera, otra sería la historia. Pero el sistema se encarga de dividir y los divididos (divididas en este caso) sea por incapacidad o conveniencia, dejan que ocurra.

Estructuralmente la serie también da un golpe magistral. Se olvida o, más precisamente, deja de prestarle atención al recurso que al comenzar era indispensable: el flashback. Siguen estando, pero no se atan a ellos como hiciera Lost en su momento o Arrow en la actualidad. Esas series se vieron tan presas del recurso que lo utilizaron aun cuando no hacía falta, agotando. Orange is the New Black Temporada 4 no se encadena a nada y decide usarlos solo cuando los cree indispensables, logrando que esos minutos del pasado realmente valgan la pena.

Conclusión

Pareció una locura descabellada el anuncio (hace meses) de la renovación por 3 temporadas más, pero ahora entendemos el motivo: le pese a quien le pese, todavía hay mucho por contar. La serie es Litchfield y sus personajes espejo de una sociedad sin alma, lo que deja una infinidad de posibilidades para seguir el tiempo que crean necesario. En definitiva, estamos ante una temporada que grita a los cuatro vientos: acá hay serie para rato.

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