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REVIEW: The Get Down (Temporada 1, Parte 1)

https://www.youtube.com/watch?v=UM7wSN6hQY4

Un caótico recorrido por los inicios del hip hop: The Get Down, la millonaria serie de Baz Luhrmann en Netflix, tambalea hacia el abismo en cada minuto de su excesivo metraje. ¿Vale la pena verla?

The Get Down: el caos lo es todo

No es un producto fácil ante el cual situarse: musical, hip hop, Luhrmann, un piloto de 90 minutos. Esos 4 aspectos condicionan y moldean. No todo el mundo va a disfrutar de la serie, ni generará el furor que ese reciente fenómeno llamado Stranger Things acaba de conseguir casi de la nada. Si hasta, tal vez, estrenar después de la propuesta ochentosa del gigante del streaming sea el mayor desafío que tenga que superar The Get Down. Otra vez niños impulsando la historia, otra vez reconstrucción de época, nuevamente guiños a la pantalla grande, pero, claro, la magia no suele causar siempre el mismo efecto.

The Get Down apuesta a la excentricidad, al despliegue fastuoso, a la grandilocuencia. Caso contrario a lo que el simple cuento de esos amiguitos jugando a E.T. hicieron con una cuarta parte del presupuesto que utilizan Luhrmann y su equipo: el nuevo show es el más costoso en la historia de Netflix y se cuela entre las apuestas más exorbitantes de la televisión. La idea inicial no era ni cercana a los 120 millones de dólares invertidos: las cosas se fueron de las manos, problemas de todo tipo se presentaron durante un proceso creativo a punto de terminar en desastre financiero. Pero Netflix bancó el proyecto pues sabían lo que contrataban.

Y ese caos durante el rodaje se transmitió al producto final que vimos a medias (solo se emitieron 6 episodios, los restantes 6 de la primera temporada llegarán en 2017): caos narrativo, caos visual, caos interpretativo, caos musical. Luhrmann usa todas sus armas, las que -con resultados dispares- utilizó en su extensa carrera cinematográfica, mezclando, resignificando, aturdiendo.

Moulin Rouge más Romeo + Juliet más The Gran Gatsby más Australia: un poco de todas (que ya de por sí es mucho) chocan y colapsan dando rienda suelta a un pastiche tan difícil de digerir, como fabuloso si lográs aceptar y sentir.

¿De qué va esto?

Finales de la década del 70 en el Bronx, Nueva York. A través de un grupo de niños atestiguaremos el nacimiento del hip hop y seremos conducidos en un viaje casi mitológico al son del florecimiento de otros ritmos musicales, quienes servirán a los protagonistas como catarsis y como salvación.

Ezekiel y Mylene son el centro de una espiral que a ritmo veloz colisiona danza, baile, color, gangsters, religión, miseria, política, sueños. Los niños interpretados por Justice SmithHerizen Guardiola vivirán una historia de amor a la que no le hacen falta Montescos y Capuletos para remitir a esa joven pareja que encarnaron en 1996 Claire Danes y Leonardo DiCaprio. El romance se respira mientras cada uno intenta construir su camino soñado: no solo quieren fama, quieren huir de ese Bronx convulsionado, abandonado a su suerte y literalmente en llamas. Rayando una superficialidad que muchos criticarán (el Bronx nunca fue tan colorido como en The Get Down) los jóvenes disparan la trama y la tuercen pasando del drama a la comedia con agilidad y naturalidad. Ezekiel quiere a la chica, la chica quiere triunfar en el mundo del disco. El rechazo inicial llevará al niño a desplegar su talento oculto con las palabras. El desgarro interno por su trágica existencia será motor cuando se encuentre con un DJ llamado Shaolin Fantastic (Shameik Moore) con quien finalmente formarán la banda que le cantará al odio y a la injusticia. El hip hop está naciendo con ellos.

Todos los recursos marca Luhrmann son puestos en juego: ritmo desaforado, imágenes reales de archivo, danzas, estilo explosivo, piezas musicales que se pisan unas a otras, un Zeke ya adulto (y convertido en estrella) rememorando su infancia, el caos absoluto.

Cuando Luhrmann se va…

El primer episodio con su duración que espanta (debería castigarse con cárcel hacer capítulos tan largos) es un Luhrmann auténtico y nadie que conozca el estilo del director podía esperar otra cosa ¿Se iba a tranquilizar justo en su debut televisivo? Claro que no: expone su potencial y su delirio al servicio de un inicio que desborda lo que para algunos será ingenio, aunque a otros les dará simplemente pereza. Es más del Luhrmann que conocemos pero explorando otro medio, experimentando con él y sometiéndonos a nosotros espectadores a un ejercicio de paciencia.

Una vez pasados esos 90 minutos el panorama cambia: Luhrmann queda solo como creador y productor, se aleja de la dirección y se nota. ¿Eso es bueno o malo? Las dos cosas: es bueno porque la historia baja un cambio y comienza a centrarse, a encontrar su foco; pero al mismo tiempo pierde parte de ese toque que la hacía especial. Para algunos será bueno lo primero, para otros lo segundo. Y en esa contradicción es donde The Get Down toma impulso para ser algo completamente diferente a lo que estemos viendo en TV. El sello Luhrmann sigue presente mientras la trama avanza mucho más clásica de lo que pensamos en el caótico arranque.

Los jóvenes se involucran con mafiosos y terminan convertidos en piezas de un ajedrez frenético donde los adultos son fundamentales para motivarlos a escapar de ese tugurio sin futuro. Entre tanto niño otra vez elegido en un trabajo de casting asombroso (salvo, bueno, Jaden Smith que parece seguir su carrera de actor gracias a ser el hijo de Will) destacan Giancarlo Espósito (eternamente Gus Fring) como el predicador que condena ese mundo musical repleto de “drogadictos y desviados” en el que quiere insertarse su hija, y su hermano en piel de Jimmy Smiths, el idealista y poco ortodoxo Papá Fuerte. Ambos forjarán una historia paralela que, a medida que avanza, va transformándose en fundamental y siendo tan interesante como la de los niños.

Conclusión

Las voces prodigiosas y el carisma de los más pequeños salvan a un elenco de secundarios tan desparejo como lo es el propio show. Tiene momentos magistrales que obligan a retroceder y ver de nuevo (la secuencia musical en la iglesia al final del 2° episodio, la batalla de DJs en el sexto, por citar algunos) pero otros tan desanimados que invitan a pedir urgente un recorte de minutos en los capítulos. No es sencilla de aguantar ni, a fin de cuentas, está contando nada nuevo, pero tiene una fuerza que pocos shows televisivos han mostrado. Y esa garra, esa pasión que inunda cada loco movimiento de cámara o apabullante rapeo, valen el esfuerzo. Luhrmann está usando sus desbordes para contar cómo las diferencias de clases no pueden contra la esperanza, donde la música es la redención, donde el desorden es algo natural e inherente a cada uno de sus personajes. Y decide contar ese caos (cultural y social) desde el caos, lo cual, a primera vista resulta más que acertado.

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