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Spencer

Críticas

Spencer, de Pablo Larraín (REVIEW)

El chileno Pablo Larraín lleva a la pantalla las vivencias de Lady Di en Spencer, un estudio psicológico inquietante y elegante sobre una mujer consumida por la represión. Crítica, a continuación.

La polémica historia y trágica muerte de la princesa Diana de Gales no ha dejado a nadie indiferente a lo largo de los años. El suceso de la serie The Crown de Netflix y el último gran escándalo de la Corona británica que terminó con el Príncipe Harry (hijo menor de Diana) y su esposa, la actriz Meghan Markle, renunciando a sus títulos reales en 2021, han vuelto a depositar la mirada de los medios y el público curioso sobre las miserias y secretos de la familia aristocrática.

En esta ocasión, se trata de un recorte muy preciso acerca de las presiones de la institución, la infidelidad y el acoso mediático que llevaron al deterioro de la salud física y mental de Diana Spencer.

El elegido para llevar a cabo este retrato es el director chileno Pablo Larraín, conocido por su estilo transgresor con el que ha brillado en filmes como No (2012), un experimento de estética vintage televisiva entre documental y ficción histórica sobre el plebiscito que acabó con la dictadura de Augusto Pinochet, y El Club (2015), en donde exponía con un tono ácido y una lograda atmósfera incómoda y claustrofóbica los abusos encubiertos por la Iglesia Católica en su país.

Al igual que con Jackie (2016), su biopic centrada en la figura atormentada de Jackeline Kennedy mientras rememora en una entrevista el reciente asesinato de su marido, el ex presidente JFK, el cineasta decide ambientar Spencer durante un momento clave de la historia familiar: la tensa Navidad de 1991, en donde la Princesa de Gales decide poner punto final a su matrimonio convulso con el Príncipe Carlos.

Spencer, un retorcido cuento de hadas

Mientras la familia real se dispone a pasar los tres días de celebración de Navidad en la inmensa mansión de campo repleta de hectáreas de Sandringham Estate, en Norfolk, la princesa Diana (Kristen Stewart, recientemente nominada al Oscar por este papel) se muestra desorientada conduciendo su propio auto sin custodia e incluso escapando de los límites de la campiña. A pocos metros de la mansión, el antiguo hogar en ruinas de los Spencer, en donde fue criada, la atrae como un misterioso imán, un símbolo de aquella libertad a la que renunció hace ya mucho tiempo y de su estado mental en decadencia. “Acá no existe el futuro, pasado y presente son lo mismo“, desliza la princesa hacia sus niños, William (Jack Nielen) y Harry (Freddie Spry), en una clara expresión del estatismo en el que la tradición aristocrática los ha atrapado.

La realeza se ha percatado de su rebeldía y ordena al Mayor Gregory (Timothy Spall) vigilarla de cerca para evitar algún nuevo escándalo que atraiga a la prensa. Prisionera en su cárcel de porcelana, Diana solo confía en su dama de honor, Maggie (Sally Hawkins), con quien no teme develar la furia y angustia que le provoca la farsa de la tradición y la familia frente a la traición abierta de su marido, Carlos (Jack Farthing), con su amante, Camilla Parker Bowles. Como una bomba de tiempo, la tensión constante se hace latente en lo más profundo del interior de Diana, lo que parece conducirla hacia un punto de no retorno.

Escrito por el guionista y director Steven Knight (Locke; Peaky Blinders), el filme se alza como un psicodrama intimista y cuidado que juega también con el thriller e inquieta al espectador sobre cada paso de aquella protagonista al borde del colapso. Haciendo uso de una fotografía en tonos claroscuros y las partituras trémulas y melodramáticas del gran Jonny Greenwood (The Master; Phantom Thread), la película luce como una fábula oscura y elegante en donde la mansión recuerda a aquellas fantasmagóricas historias como la del clásico The Innocents (1961). Los planos largos del gélido y nebuloso campo británico que se abre como un infierno inconmensurable, así como los primerísimos primeros planos casi asfixiantes de Diana, como bien nos tiene acostumbrados el director, potencian los sentimientos que el relato busca transmitir.

Las similitudes entre Jackie y Spencer se hacen patentes y no es de extrañar que Larraín haya vuelto a apostar por una biopic atípica, con decisiones estéticas que crean todo un microcosmos terrorífico, para introducirse en la psiquis de esta mujer perdida, enferma y a punto de llevar a cabo una dura transición, entretanto intenta contener un proceso de autodestrucción debajo de sus vestidos y trajes lujosos. En este sentido, el trastorno alimenticio real que padecía la princesa es ilustrado de una manera perturbadora y casi surrealista, con Diana purgando aquel ampuloso banquete de la Corona como una metáfora de su necesidad incontrolable de despojarse de esa vida.

Mientras que la Jackie Kennedy de Natalie Portman aún mantenía el decoro y sus estrategias de manipulación en medio del calvario, Stewart se muestra soberbia, poniéndole todo el cuerpo a un personaje frágil, desesperanzado y agobiado que hace que el espectador pueda ponerse unos minutos en la misma piel y empatizar con aquella sensación de sometimiento y alienación.

Spencer presenta una visión desgarradora y genuina de una figura icónica que más que develar la persona de carne y hueso detrás de los muros del castillo, se alza como un interesante estudio de personajes y una radiografía del sufrimiento ejecutada con precisión visual.

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Spencer
Spencer, de Pablo Larraín (REVIEW)
Conclusión
Un psicodrama sombrío, preciso y prolijo que utiliza excelentemente el arte y la música para transmitir al espectador no solo la atmósfera agobiante de represión sino también la agitación extrema que vive la protagonista en su interior.
Nota de lectores3 Votos
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