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REVIEW: Esteros

https://www.youtube.com/watch?v=jIFWWIO5wHE

El marco de los Esteros del Iberá correntinos sirve como escenario para hablar de una historia de amor con posibilidades de una segunda chance en Esteros, ópera prima de Papu Curotto.

Amores como el nuestro

En los últimos años, el cine de temática LGBT tuvo una apertura cuantitativa, de la mano de directores que hoy son insignia como Marco Berger, Martín Farina, o Albertina Carri; hasta se logró la creación de un festival propio como el Asterisco, de reconocimiento internacional.

Pero no solo se creció en la cantidad de películas, también se evolucionó respecto a los tratamientos. Si uno analiza, hasta comienzos del Siglo XXI, historias de amor homosexuales en el cine argentino eran las ochentosas, pudorosas y telenovelescas, Adios, Roberto y Otra Historia de Amor; o en todo caso, algún melodrama cuya historia oculta podría dejar entrever que se trataba de personajes del mismo sexo, como el mito detrás de Safo, historia de una pasión.

Pero desde el arribo de obras como Plan B o Solos; pareciera que se está escribiendo una nueva página en nuestra filmografía respecto a este tema; y en este contexto es estrenada Esteros, que tuvo durante 2016 un interesante recorrido por festivales, alzándose con los premios del público y mejor director en Gramado, y mejor montaje en Tres Fronteras.

La historia de Esteros es sencilla. Narrada en dos planos temporales, Matías y Jerónimo (Joaquin Parada, y Blas Finardi Niz, respectivamente) se conocen de chicos, como los hijos de dos familias amigas que viven los Esteros del Iberá en Corrientes. Entre ellos hay una profunda amistad, y también la sensación de qué, aunque chicos, puede evolucionar en algo más.

Algo sucedió, la familia de Matías emigró a Brasil en épocas en las que el país vecino parecía el paraíso para quienes buscaban aprovechamiento económico; y los chicos no volvieron a verse; hasta ahora.

Matías (Ignacio Rogers) regresa al país, y a Iberá; no está solo, lo acompaña su novia Rochi (Renata Calmon), brasilera. Querrá el destino, o las casualidades del guion, que Rochi conoce a Jerónimo (Esteban Masturini), que ahora trabaja haciendo efectos de maquillaje artístico, y solicita de su ayuda para una fiesta de disfraces. Matías y Jerónimo se cruzarán y nacerá la posibilidad, o no, de continuar con aquello que quedó (re)frenado.

Es imposible no ver Esteros y recordar el cine de Marco Berger, en especial Hawaii, posiblemente la mejor de sus películas. Pero a diferencia de aquel, Curotto, y el guionista Andi Nachon, nos hablan más del amor eterno que de las pulsiones sexuales. En los diálogos se dejan ver claramente frases que podrían enmarcarse y utilizarse como regalo para el Día de San Valentín; hay un juego de tensión constante entre ambos, pensado en un plano de formalización de la pareja.

Por supuesto, el hecho de que Matías tenga pareja heterosexual servirá para hablar de lo reprimido, de aquello que no queremos asumir; de mismo modo funciona la línea argumental entre los niños y la mirada de los amiguitos de Matías. No habrá tantas lecturas sociales como en el cine subcutáneo del director de Taekwondo.

Los Esteros del Iberá serán un marco ideal para esta historia, y la fotografía a cargo de Eric Elizondo la aprovecha al máximo, con planos abiertos, de contrastes claros. Uno se imagina que, de transcurrir en una ciudad, la historia sería otra.

Rogers y Masturini exponen buena química mutua, pero quienes reamente sorprenden son Parada y Finardi Niz, gestuales y demostrativos a lo que propone el juego.

Roles secundarios a cargo de María Merlino y Marcelo Subiotto, acompañan correctamente.

Un apartado para la banda sonora compuesta casi por una sola canción, clásico de Los Charros, que servirá como leit motiv y hasta escucharemos una reversión final a cargo de Leo García; un condimento más que adecuado para esta película que más que de una cuestión de géneros, habla del deseo de querer pasar la eternidad con ese ser especial.

Conclusión

Esteros es un producto digno de una época en que nuestro cine muestra una apertura sin tapujos y que se permite tratar una historia homosexual lejos del taboó. Para nuestra satisfacción lo hace con correctos rubros técnicos, y una delicadeza tal que nos convence de estar viendo algo más que un buen film.

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