Vivarium, el nido de un cucú humanoide. Crítica, a continuación

Una joven pareja dando los primeros pasos en la tarea de construir un hogar, buscando un techo para habitar en conjunto y planear un futuro.

En ese proceso llegan hasta un extraño agente inmobiliario. Les insiste con llevarlos a conocer una nueva urbanización donde promete ofrecerles justo lo que están buscando. Incómodos ante su comportamiento, terminan accediendo a seguirlo con su auto hasta un barrio desierto de casas completamente idénticas e indistinguibles unas de otras. Después de un incómodo recorrido por una de las casas, el agente inmobiliario desaparece y los abandona en el laberíntico barrio. Por más que intentan salir, siempre regresan al punto de partida.

Este purgatorio de casas idénticas se convierte en su prisión, pero el castigo no parece ser la razón de que estén atrapados allí: un día, en las cajas que aparecen misteriosamente aportando los insumos básicos que necesitan para subsistir en el vivarium, hay un bebé con instrucciones de criarlo para ganar su libertad.

Vivarium, el Midwich surreal

La segunda película de Lorcan Finnegan es una obra de terror millennial: si los boomers en los 60s no podían dormir pensando en la amenaza soviética, hoy pocas cosas desvelan más a la generación que ronda los 30 años que el quedar atrapados en una rutina que no eligieron.

Por eso, aunque Vivarium toma una premisa similar a la de Village of the Damned (1960) y hasta hace la misma metáfora con la reproducción parasitaria del pájaro cucú, no le preocupa la invasión alien tanto como el destino de esa pareja forzada a la crianza y a mantener una lógica familiar que anula sus propios proyectos de vida.

El surreal entorno de Vivarium genera un clima de encierro agobiante, una jaula sin barrotes con estética de Magritte y la lógica de Escher que sirvió de base para los diseños de Inception, un diseño perfecto para mantener a esta pareja corriendo en círculos hasta quebrarles el espíritu y que acepten las reglas de juego que se les impone.

La crítica social no se queda simplemente en cómo se espera que abandonen sus proyectos, limitándose a subsistir y criar a la próxima generación que repita el ciclo, porque las obligaciones de Gemma y Tom no son idénticas en el vivarium. Ella queda atada a ese enervante niño que no se separa de su lado y los mantiene prisioneros. Él, en su obsesión con un pedazo del jardín, puede esconderse de esa paternidad que no desea, se le permite pasar tiempo alejado de la casa en algo que siente propio y útil.

Si bien le cuesta mantener la tensión inicial durante toda la propuesta, Vivarium, con un elenco mínimo, un entorno imaginativo y bastante contenido, toma la perspectiva del terror para criticar algunas lógicas familiares y productivas que se van pasando de generación en generación, como un huevo de cucú que atrapa sin dejar margen para ser cuestionado. 

Estreno directo en los alquileres de Cablevisión Flow

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